lunes, 31 de octubre de 2016

Litio

Es una enfermedad que se controla, no que se cura. Lo tengo muy presente siempre que estando en el piso no pudo parar de gritar y golpearme la cabeza o , dios mío no otra vez, encontrar algún objeto para clavarlo en mi piel. Mi percepción de le realidad está intacta siempre y es lo más doloroso, ser consciente todo el tiempo y no poder contenerme, no poder soltar el cuchillo, no poder callarme, no poder levantarme. Estoy sola al menos, pero cuando escucho a Ulises entrar a casa comienzo a llorar más asustada.


La pastilla que Ulises me obligó a tragar hace que el episodio dure apenas cuatro horas, que pudieron volverse semanas enteras. Parece magia, sólo cuatro horas. Horribles y extenuantes.Entre jaloneos, logró limpiarme las heridas y recostarme, pero no podía controlarme. " Lamento mucho esto, flaca, pero si no te la tomas  no vas a poder dormir" odio los somníferos y él lo sabe. Por eso su cara de tristeza y angustia. Me mata la culpa, porque él viene de una jornada larguísima fuera de casa y no ha descansado bien últimamente. Hago el esfuerzo de abrir la boca, pero no puedo detener las lágrimas ni evitar la debilidad de mis piernas. Me carga hasta la cama, recarga mi cabeza en su pecho y comienza a arrullarme. La cabeza me duele insoportablemente pero estoy cansada para seguir gritando."¿ Me cuentas otra vez el cuento de los conejitos  y el tren descarrilado?" le digo apenas balbuceando, pero él comprende y sonríe sobre mi frente.


El litio me obliga a dejar de llorar y levantarme de la cama, o respirar con tranquilidad y darme un segundo de calma.Pero no evita las crisis, ni me ayuda a controlar mis actitudes frente la comida, frente situaciones donde no se debe usar la violencia, frente a los estímulos sexuales o las drogas. La realidad es esta, sin máscaras ni posturas, yo esperaba ser una buena pareja para Ulises, ser una buena profesionista y destacarme, ser una buena hija,una buena hermana, pero el esfuerzo me agotó. Comienza soltando un poco, si una copa de más después conlleva a una línea en el baño donde alguna persona encuentre atractiva mi vulnerabilidad y yo no quiera oponerme aunque mañana haya qué estudiar para un examen y Ulises no tenga ropa limpia, no tengo el ánimo de oponerme. Si no comprendo en su totalidad que soy la vía de escape, la descarga de frustraciones de esos hombres con novias mucho más hermosas, inteligentes y seguro sanas que yo, pero sin duda menos casquivanas, en realidad es porque no quiero lidiar con eso por cobarde, por frágil. Ulises siempre me espera en casa aunque haya veces en las que no sea tan cálido. No soporto que me vean de esa manera en lo académico, no soy un genio, sólo necesitaba algo a qué aferrarme y me esforcé. Las notas sobresalientes, los halagos y las sonrisas hipócritas con las que busco confundirme a mí sobre lo mediocre que me siento, no hacen más que agregar un peso más a mi desequilibrio.El litio me obliga a quitarme las manos de los ojos y observar de frente y erguida lo que está ocurriendo con mi vida , pero no me da el valor de comenzar a corregirla, sólo me llena de pánico y dolor.


Cuando vuelvo a abrir los ojos, mi cabeza está en el regazo de Ulises y él trae otra ropa, me pregunta cómo me siento y la pulsante opresión en mi cabeza se ha desvanecido, así que no es mentira cuando le digo que me siento bien, que no se preocupe por mí, que lamento mucho el espectáculo y le agradezco, " Qué pena que te hayas casado con una loca" me falta energía para sonreír, él besa mis labios con extrema suavidad " me casé contigo porque te amo" Y por fin llega esa breve hora en la que sé que puedo sentirme segura, aunque sólo sea un par de horas.

jueves, 13 de octubre de 2016

Madurez

Me extiende un pañuelo y le sonrío. Esperaba hacer menos ruido, pero con la percepción tan alterada era lógico que no me percatara.  Siento el corazón hasta el techo y el tic  nervioso de morderme el labio que me provoca la anfetamina, me ha hecho sangrar. No soy buena hablando en público y siempre me da pánico hacer el ridículo, por eso las drogas y el alcohol antes de la conferencia. Soy muy tímida y no acepto los halagos, no sé dónde esconderme cuando al final de mi discurso, un muchacho me pide que le firme un panfleto del evento y otros más me felicitan. Estoy abrumada y necesito aire.

¿ A quién le llamas cuando necesitas ayuda? Me preguntó cierta vez mi psicólogo y su nombre salió antes que ninguno. Ulises. Siempre y aunque no me conteste. Lo intento un par de veces más. Desisto y opto por llamar un taxi, de cualquier modo no estoy tan lejos, lo espero sentada en la banqueta. Me gusta el piso de ese barrio fino, está limpio y el ambiente no me intimida. La nariz comienza a sangrarme y en realidad ni siquiera me causa gracia.

Tengo ganas de llorar de lo vacía que me siento últimamente. No por la rutina, no por la tibieza de Ulises ante mis desenfrenadas muestras de adoración, no por la desabrida experiencia académica, no por mi reciente despido ni mi reciente contrato. Es por mi propia tibieza ante los regalos de la vida. No recuerdo haber sonreído cuando me invitaron a dar la conferencia de uno de mis temas predilectos a aquél grupo de posgrado. Al salir de casa ni siquiera intenté arrancarle un te amo. Tardé más tiempo en desnudarme ante él que en comprender lo absurdo de creer en mundos alternos, de contemplar las posibilidades de ir un poquito más adentro en la confianza e invitarle una cerveza en un bar y hablar, y quizá...

Es que soy muy sensible. Es que soy muy cobarde. Es que pasé mucho tiempo sin permitirme sentir realmente algo y ahora no sé qué hacer con esto. Esto tan absurdo y vergonzoso. Me resulta estúpido siquiera seguirlo pensando. Me cuestiono cuántos años tengo realmente, como para estar cayendo en enamoramientos estudiantiles e imaginarios, en esas vanas ilusiones que arruinan vidas enteras. Porque sentir las cosas que siento por él es mi medio de escape a los fracasos y no me puedo engañar. Estoy desesperada por creer que esta no va a ser mi vida siempre, que sigo siendo joven y deseable, que aún puedo decir cosas inteligentes, que todavía estoy entera y soy agradable. Pero mi naturaleza nunca ha sido la credulidad y estoy matando las cosas que siento. Con lentitud ahí se están ahogando los besos y los mensajes, las salidas, el alcohol y las noches, las explosiones y la tragedia. La pasión desbocada poco a poco se resigna a extinguirse sin haber brillado.

Esto debe ser la madurez. Y sabe a pura derrota.