jueves, 13 de octubre de 2016

Madurez

Me extiende un pañuelo y le sonrío. Esperaba hacer menos ruido, pero con la percepción tan alterada era lógico que no me percatara.  Siento el corazón hasta el techo y el tic  nervioso de morderme el labio que me provoca la anfetamina, me ha hecho sangrar. No soy buena hablando en público y siempre me da pánico hacer el ridículo, por eso las drogas y el alcohol antes de la conferencia. Soy muy tímida y no acepto los halagos, no sé dónde esconderme cuando al final de mi discurso, un muchacho me pide que le firme un panfleto del evento y otros más me felicitan. Estoy abrumada y necesito aire.

¿ A quién le llamas cuando necesitas ayuda? Me preguntó cierta vez mi psicólogo y su nombre salió antes que ninguno. Ulises. Siempre y aunque no me conteste. Lo intento un par de veces más. Desisto y opto por llamar un taxi, de cualquier modo no estoy tan lejos, lo espero sentada en la banqueta. Me gusta el piso de ese barrio fino, está limpio y el ambiente no me intimida. La nariz comienza a sangrarme y en realidad ni siquiera me causa gracia.

Tengo ganas de llorar de lo vacía que me siento últimamente. No por la rutina, no por la tibieza de Ulises ante mis desenfrenadas muestras de adoración, no por la desabrida experiencia académica, no por mi reciente despido ni mi reciente contrato. Es por mi propia tibieza ante los regalos de la vida. No recuerdo haber sonreído cuando me invitaron a dar la conferencia de uno de mis temas predilectos a aquél grupo de posgrado. Al salir de casa ni siquiera intenté arrancarle un te amo. Tardé más tiempo en desnudarme ante él que en comprender lo absurdo de creer en mundos alternos, de contemplar las posibilidades de ir un poquito más adentro en la confianza e invitarle una cerveza en un bar y hablar, y quizá...

Es que soy muy sensible. Es que soy muy cobarde. Es que pasé mucho tiempo sin permitirme sentir realmente algo y ahora no sé qué hacer con esto. Esto tan absurdo y vergonzoso. Me resulta estúpido siquiera seguirlo pensando. Me cuestiono cuántos años tengo realmente, como para estar cayendo en enamoramientos estudiantiles e imaginarios, en esas vanas ilusiones que arruinan vidas enteras. Porque sentir las cosas que siento por él es mi medio de escape a los fracasos y no me puedo engañar. Estoy desesperada por creer que esta no va a ser mi vida siempre, que sigo siendo joven y deseable, que aún puedo decir cosas inteligentes, que todavía estoy entera y soy agradable. Pero mi naturaleza nunca ha sido la credulidad y estoy matando las cosas que siento. Con lentitud ahí se están ahogando los besos y los mensajes, las salidas, el alcohol y las noches, las explosiones y la tragedia. La pasión desbocada poco a poco se resigna a extinguirse sin haber brillado.

Esto debe ser la madurez. Y sabe a pura derrota.

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