¿A qué sabe la cocaína?
Recién descubro que no estoy
sola ¿Quién será él? ¿Será importante? ¿Está hablando conmigo?
A qué, muñequita, a qué. Me dice cantando
mientras se acerca y me besa el cuello. A qué, a qué.
Sabe a estar vacía, como estar
en la orilla de ti, preguntándote ¿qué diría mi mamá si me viera tan
intoxicada? ¿Qué diría si supiera que lo más cercano que he estado de la paz,
ha sido entre estas tres líneas? Qué diría si tuviera qué explicarle cómo todas
las tardes me lleno la nariz o las venas para que ya no me duela el paraíso
perdido.
Cómo le explicaría, por
ejemplo, que la cocaína me despierta para no cortarme las venas, salir a la
calle porque no soporto a nadie a menos que me abra las piernas. Eso. Mi
obsesión con el sexo no va más allá de esa manera desesperada de gritar, somos
un maldito puñado de mierda, no somos más que una orgía de lamentaciones,
bájate de tu maldito altar, no somos nada más allá. Quizás sea jueves y
deba ir con el doctor que me dice " aprendimos a no tenerle miedo a la
comida, ahora aprendamos a comer, ahora aprendamos a comer y no vomitar" y
esa cara de estúpida superioridad cuando confieso que no siento nada respecto a
ninguna cosa.
No se puede ser totalmente
indiferente ¿no lloraste por mamá?
Por eso nadie quiere a los
psicólogos cuando pierden la empatía. No estoy gritando, estoy mirando la
ventana pensando cuánta falta me hace un buen cigarro. Y el doctor me mira tras
su sonrisa petulante, diciendo que con tantos amantes no puedo ser insensible.
Son ejercicios simples, le digo mientras
me acerco a él y me siento en sus piernas, tomándolo por completa sorpresa, son
ejercicios repetidos hasta el cansancio. Es un simple roce, deje que lo
ilustre.
Tomarlo por la nuca y besarlo
sin pensar nada más que ese maldito cigarro, poner sus manos en mis caderas. No
soy hermosa, lo sé, pero los hombres son hombres. Sexo oral, penetración, semen
en el vientre, no digas nada, no sé qué me pasó, esto no es ético, dios mío.
Un pañuelo, sin muecas, y marcharse.
Complejo de Pizarnik, diría si
no tuviera temor a la hipocresía que demostraría al echarme a llorar. Ay,
Alejandra,las madres.
Mamá confundió la dirección al
teatro, y deberemos caminar horas por este barrio rico de la ciudad, mi
estrellita, la noche está muy crecida, justo a tu altura, solapas mi estupidez
con tu inmensa ternura, tu mano me
sujeta y las cosas van adquiriendo nombres más sencillos, inquebrantables en su
verdad. Más adentro en las horas, yo te cargaré, mi lucecita, cuando la obra ya
haya comenzado, y las cosas de adultos que aún no toman forma en tu mundo te
adormilen en mi pecho. Escucha mi corazón, su compás diciendo: te quiero, mi
niña, te quiero.
No no no. Para eso está la
cocaína, para no llorar. Para borrar los recuerdos y este sabor amargo que deja
saber que voy a morir sola.
A eso sabe la cocaína, le susurro antes de salir huyendo. A un inminente hundimiento.
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