jueves, 15 de enero de 2015

Cocaína

¿A qué sabe la cocaína?

Recién descubro que no estoy sola ¿Quién será él? ¿Será importante? ¿Está hablando conmigo?
A qué, muñequita, a qué. Me dice cantando mientras se acerca y me besa el cuello. A qué, a qué.

Sabe a estar vacía, como estar en la orilla de ti, preguntándote ¿qué diría mi mamá si me viera tan intoxicada? ¿Qué diría si supiera que lo más cercano que he estado de la paz, ha sido entre estas tres líneas? Qué diría si tuviera qué explicarle cómo todas las tardes me lleno la nariz o las venas para que ya no me duela el paraíso perdido.

Cómo le explicaría, por ejemplo, que la cocaína me despierta para no cortarme las venas, salir a la calle porque no soporto a nadie a menos que me abra las piernas. Eso. Mi obsesión con el sexo no va más allá de esa manera desesperada de gritar, somos un maldito puñado de mierda, no somos más que una orgía de lamentaciones, bájate de tu maldito altar, no somos nada más allá. Quizás sea jueves y deba ir con el doctor que me dice " aprendimos a no tenerle miedo a la comida, ahora aprendamos a comer, ahora aprendamos a comer y no vomitar" y esa cara de estúpida superioridad cuando confieso que no siento nada respecto a ninguna cosa.

No se puede ser totalmente indiferente ¿no lloraste por mamá?
Por eso nadie quiere a los psicólogos cuando pierden la empatía. No estoy gritando, estoy mirando la ventana pensando cuánta falta me hace un buen cigarro. Y el doctor me mira tras su sonrisa petulante, diciendo que con tantos amantes no puedo ser insensible.

Son ejercicios simples, le digo mientras me acerco a él y me siento en sus piernas, tomándolo por completa sorpresa, son ejercicios repetidos hasta el cansancio. Es un simple roce, deje que lo ilustre.

Tomarlo por la nuca y besarlo sin pensar nada más que ese maldito cigarro, poner sus manos en mis caderas. No soy hermosa, lo sé, pero los hombres son hombres. Sexo oral, penetración, semen en el vientre, no digas nada, no sé qué me pasó, esto no es ético, dios mío. Un pañuelo, sin muecas, y marcharse.

Complejo de Pizarnik, diría si no tuviera temor a la hipocresía que demostraría al echarme a llorar. Ay, Alejandra,las madres.

Mamá confundió la dirección al teatro, y deberemos caminar horas por este barrio rico de la ciudad, mi estrellita, la noche está muy crecida, justo a tu altura, solapas mi estupidez con tu inmensa ternura,  tu mano me sujeta y las cosas van adquiriendo nombres más sencillos, inquebrantables en su verdad. Más adentro en las horas, yo te cargaré, mi lucecita, cuando la obra ya haya comenzado, y las cosas de adultos que aún no toman forma en tu mundo te adormilen en mi pecho. Escucha mi corazón, su compás diciendo: te quiero, mi niña, te quiero.





No no no. Para eso está la cocaína, para no llorar. Para borrar los recuerdos y este sabor amargo que deja saber que voy a morir sola.


A eso sabe la cocaína, le susurro antes de salir huyendo. A un inminente hundimiento.

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