jueves, 15 de enero de 2015

Hermandad

Ninguna dijo nada, sin embargo ella lo supo. Lejos del descaro, procuraba imitar su falta de sonidos, comencé a mirarla fijamente, cada gesto atravesaba mis pupilas, la mesura al abrir los labios, los dedos enrollando el cabello, el roce efímero con la otra mano. Entre nosotras surgió la cordialidad “nada veo, nada sé” ante los sudores ajenos que nos recorrían.

Apenas unas palabras en la mañana, sin embargo, por las noches me abrazaba sollozando.

Querida mía, ojalá la ceguera fuera suficiente, pero es imposible ignorar esa danza en tus sueños, rasgo terrible de una enfermedad que nos hermana.

Bajo tu pulso encolerizado voy sintiendo aquellos universos increíbles e x p l o t a n d o en un millón                             de estrellas
                                                                     entre tu pecho y el mío

y  las rupturas
mis divisiones
mis obligaciones

Todo repitiéndose en ese orden, en otro siglo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario