Ninguna dijo
nada, sin embargo ella lo supo. Lejos del descaro, procuraba imitar su falta de
sonidos, comencé a mirarla fijamente, cada gesto atravesaba mis pupilas, la
mesura al abrir los labios, los dedos enrollando el cabello, el roce efímero
con la otra mano. Entre nosotras surgió la cordialidad “nada veo, nada sé” ante
los sudores ajenos que nos recorrían.
Apenas unas
palabras en la mañana, sin embargo, por las noches me abrazaba sollozando.
Querida mía, ojalá la ceguera fuera
suficiente, pero es imposible ignorar esa danza en tus sueños, rasgo terrible
de una enfermedad que nos hermana.
Bajo tu pulso encolerizado voy sintiendo
aquellos universos increíbles e x p l o t a n d o en un millón de estrellas
entre tu pecho y el mío
y
las rupturas
mis divisiones
mis obligaciones
Todo repitiéndose en ese orden, en otro
siglo…
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