jueves, 15 de enero de 2015

Desamor

Puntos difusos en el aire enrarecido postorgásmico, te sientas un momento en la cama para limpiar el semen que quedó en tu vientre. Caminas a la cocina atraída por un aroma dulzón.


Sueltas tu cabello recién cortado al igual que las venas, esquivas el pensamiento. Descubres en la cocina los residuos del desayuno a medio terminar, tomas un resto que quedó en el plato, una nota confusa pide que salgas corriendo, que no tarda en llegar ella.

Ella.

Te recorre un escalofrío. Corres al baño y tiras los restos de comida por el excusado, tambaleante regresas a la cama  de nervios vomitas en la almohada mientras te vistes. Metes en la mochila los libros, un disco de Veloso que te regaló, los condones que de nuevo te convenció para no usar. Corres a la calle.


Falta una hora para que entres al trabajo. Miras de reojo la casa abandonada y recuperada la respiración, te sientes patética.

No es la primera vez que él te deja sola en casa y amenaza con la llegada inesperada de la novia "legítima" para que  huyas con el Cristo en los labios. Te da risa la certeza de caer siempre que él te lo pida.

 La huida anterior corriste hasta el puente más cercano, empezaste a llorar y maldecir asustando a los transeúntes. Juraste hasta por los hijos venideros que si llamaba, esta vez no ibas a contestar, no volverías a dejar todo sólo por su vocecita dulce. Pensar que estás recorriendo las calles que de nuevo te dejaron caer entre sus piernas. Llegas a un cafecito cercano al trabajo. Todavía faltan cuarenta minutos, no has comido nada.



¿Cuándo te llamo? Preguntas algo insegura. Se va a ir, de nuevo. Se va a ir, repites como niña con rabieta.


Ya te dije que yo te llamo, íde.


Tu nombre en sus labios deja  la sensación de agua fresca, calma una sed que parece eterna. Olvidas por completo que  se marchará mañana a Veracruz con ella a celebrar un estúpido aniversario. Lo olvidas, y por eso ríes al decirle cualquier tontería. Cuelga y te queda en la piel una sensación de lozanía, de frescura, de aroma.


Una vez que termina tu turno, vas corriendo a refugiarte en el café de la mañana. Te topas con conocidos que preguntan por qué no llegaste ayer a una fiesta, pides café, inventas cualquier cosa. Tu relación con él es un secreto a voces, pero nunca quedó en ti que se divulgara. Te dolía hablar del tema.


Pero siempre existe alguien lo suficiente indiferente. Y una voz del grupo te pregunta por Yoatzín, que dónde lo dejaste, tú, aunque te mueres por caerle a golpes al sujeto, sonríes y le dices que no lo has visto desde la vez del tokin. No sabes ni te importa saber si te creyeron, degustas tu café, pides azúcar mascabada odias la refinada.


Bueno, y ya conoces a su novia. El mismo sujeto pregunta, y todos lo miran con cara de circunstancia. Sí, a Jennifer (un nombre común, como era de esperarse) su novia, sino, de todas formas viene para hablar con Juan.

Se te revuelve el estómago, y con un hilito de voz respondes algo parecido a un qué bien, sería demasiado obvio salir corriendo, optando por ser pragmática, desvías tus pensamientos a una canción que resuena en la tienda de discos cercana.


Abre tus ojitos de agua, calma de mi amor la sed...


Cuando escuchas un taconeo cercano, no puedes evitar agachar la mirada, apretar un poco los puños, te sientes como un cordero llevado al matadero.

Y entonces su voz.

Su voz.

La voz.

Una mezcla entre graznido y señora sin orgasmos. Levantas la mirada, su presencia rompe por completo con la imagen que tenías de ella. No muy alta, morena sin un atisbo de belleza, con un problema evidente de sobrepeso. Esto es lo que pintaría Botero después de leer caldo de pollo para el alma, piensas,  una carcajada inoportuna se te escapa.

Dale calor a mi vida...Dame de ti qué beber...


Nunca llamó. Pasó más de un mes y nunca llamó. Fue lo mejor. Estabas pasando por las duras penas de una menstruación que no llega. Crees que dos semanas y media de retraso es preocupante. Pero mejor que no lo sepa. Que nadie sepa que tú, una niña de diecisiete años, está posiblemente, esperando un hijo de un señor apenas cinco años más joven que tu padre.



Te dejas caer en el jardín de tu casa, miras las hojas de los árboles, con sus venitas traslúcidas, instintivamente te tocas las venas. Recuerdas esa vez en un bar, se toparon por cosas del destino, cada quien en una mesa aparte. No  pudiste evitar acercarte a él, dijiste casi murmurando que tenías sed. No sabes si fue burla que dijera  que como buena vampiresa, bebieras de tu propia sangre. Golpe bajo al orgullo, la mezcla de licores, depresión, soledad, te orillaron a romper en pedazos la botella que minutos antes habían terminado. Pasaste un vidrio por tus muñecas y la sangre brotó como una fuente milagrosa ante la vista horrorizada de tus amigos, que te llevaron a tu casa a curarte. Él ni lo notó. Delineas en el pasto una media luna, arrojas piedritas a las mariposas que se acercan a las flores. Siente el celular vibrar, miras el mensaje. Es él, te dice que acaba de regresar de Veracruz, pregunta si estás sola, porque va a ir a tu casa. Respondes, continúas aventando piedritas.

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