Puntos difusos en el aire enrarecido postorgásmico, te sientas un
momento en la cama para limpiar el semen que quedó en tu vientre. Caminas a la
cocina atraída por un aroma dulzón.
Sueltas tu cabello recién cortado al igual que las venas, esquivas
el pensamiento. Descubres en la cocina los residuos del desayuno a medio
terminar, tomas un resto que quedó en el plato, una nota confusa pide que
salgas corriendo, que no tarda en llegar ella.
Ella.
Te recorre un escalofrío. Corres al baño y tiras los restos de
comida por el excusado, tambaleante regresas a la cama de nervios vomitas en la almohada mientras te
vistes. Metes en la mochila los libros, un disco de Veloso que te regaló, los
condones que de nuevo te convenció para no usar. Corres a la calle.
Falta una hora para que entres al trabajo. Miras de reojo la casa
abandonada y recuperada la respiración, te sientes patética.
No es la primera vez que él te deja sola en casa y amenaza con la
llegada inesperada de la novia "legítima" para que huyas con el Cristo en los labios. Te da risa
la certeza de caer siempre que él te lo pida.
La huida anterior corriste
hasta el puente más cercano, empezaste a llorar y maldecir asustando a los
transeúntes. Juraste hasta por los hijos venideros que si llamaba, esta vez no
ibas a contestar, no volverías a dejar todo sólo por su vocecita dulce. Pensar
que estás recorriendo las calles que de nuevo te dejaron caer entre sus
piernas. Llegas a un cafecito cercano al trabajo. Todavía faltan cuarenta
minutos, no has comido nada.
¿Cuándo te llamo? Preguntas algo insegura. Se va a ir,
de nuevo. Se va a ir, repites como niña con rabieta.
Ya te dije que yo te llamo, íde.
Tu nombre en sus labios deja
la sensación de agua fresca, calma una sed que parece eterna. Olvidas
por completo que se marchará mañana a
Veracruz con ella a celebrar un estúpido aniversario. Lo olvidas, y por eso
ríes al decirle cualquier tontería. Cuelga y te queda en la piel una sensación
de lozanía, de frescura, de aroma.
Una vez que termina tu turno, vas corriendo a refugiarte en el
café de la mañana. Te topas con conocidos que preguntan por qué no llegaste
ayer a una fiesta, pides café, inventas cualquier cosa. Tu relación con él es
un secreto a voces, pero nunca quedó en ti que se divulgara. Te dolía hablar
del tema.
Pero siempre existe alguien lo suficiente indiferente. Y una voz
del grupo te pregunta por Yoatzín, que dónde lo dejaste, tú, aunque te mueres
por caerle a golpes al sujeto, sonríes y le dices que no lo has visto desde la
vez del tokin. No sabes ni te importa saber si te creyeron, degustas tu
café, pides azúcar mascabada odias la refinada.
Bueno, y ya conoces a su novia. El mismo sujeto
pregunta, y todos lo miran con cara de circunstancia. Sí, a Jennifer (un
nombre común, como era de esperarse) su novia, sino, de todas formas viene
para hablar con Juan.
Se te revuelve el estómago, y con un hilito de voz respondes algo
parecido a un qué bien, sería demasiado obvio salir corriendo, optando por ser
pragmática, desvías tus pensamientos a una canción que resuena en la tienda de
discos cercana.
Abre tus ojitos de
agua, calma de mi amor la sed...
Cuando escuchas un taconeo cercano, no puedes evitar agachar la
mirada, apretar un poco los puños, te sientes como un cordero llevado al
matadero.
Y entonces su voz.
Su voz.
La voz.
Una mezcla entre graznido y señora sin orgasmos. Levantas la
mirada, su presencia rompe por completo con la imagen que tenías de ella. No
muy alta, morena sin un atisbo de belleza, con un problema evidente de
sobrepeso. Esto es lo que pintaría Botero después de leer caldo de pollo para
el alma, piensas, una carcajada
inoportuna se te escapa.
Dale calor a mi
vida...Dame de ti qué beber...
Nunca llamó. Pasó más de un mes y nunca llamó. Fue lo mejor.
Estabas pasando por las duras penas de una menstruación que no llega. Crees que
dos semanas y media de retraso es preocupante. Pero mejor que no lo sepa. Que
nadie sepa que tú, una niña de diecisiete años, está posiblemente, esperando un
hijo de un señor apenas cinco años más joven que tu padre.
Te dejas caer en el jardín de tu casa, miras las hojas de los
árboles, con sus venitas traslúcidas, instintivamente te tocas las venas.
Recuerdas esa vez en un bar, se toparon por cosas del destino, cada quien en
una mesa aparte. No pudiste evitar
acercarte a él, dijiste casi murmurando que tenías sed. No sabes si fue burla
que dijera que como buena vampiresa,
bebieras de tu propia sangre. Golpe bajo al orgullo, la mezcla de licores,
depresión, soledad, te orillaron a romper en pedazos la botella que minutos
antes habían terminado. Pasaste un vidrio por tus muñecas y la sangre brotó
como una fuente milagrosa ante la vista horrorizada de tus amigos, que te
llevaron a tu casa a curarte. Él ni lo notó. Delineas en el pasto una media
luna, arrojas piedritas a las mariposas que se acercan a las flores. Siente el
celular vibrar, miras el mensaje. Es él, te dice que acaba de regresar de
Veracruz, pregunta si estás sola, porque va a ir a tu casa. Respondes,
continúas aventando piedritas.
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